BRUJOS EN EL CEMENTERIO DE CURACO DE VELEZ

En su constante investigación de nuestras leyendas y tradiciones, el escritor y poeta Curacano, Carlos Oyarzún Cárdenas, contaba una historia, la cual había recopilado en narración oral, narrada por un antiguo Curacano de nombre Luis Alarcón y la cual publico en la revista "El Faro" Nª 2 de mayo de 1982, época intelectual de Curaco de Vélez, la cual el extinto poeta y escritor ya aludido, considero muy ilustrativa con respecto a la naturaleza de los entierros y brujos.

En ella hace referencia a una persona que murió a causa de un brebaje preparado con alcohol, canela y otros ingredientes, por lo que falleció con fuertes dolores y muy hinchado. Como el finado no cabía en su ataúd, los deudos lo tuvieron que acomodar en dos cajones, uno encima del otro.

 Intuyendo que la muerte había sido provocada por brujos y que éstos robarían el cadáver una vez llegada la noche. Don Luis, con el objeto de evitar el robo del cadáver durante la noche, se dirigió al cementerio premunido de su revólver, saltando cercas para no ser visto por algún brujo. Una vez en el campo santo pudo observar un total de ocho sujetos, los cuales se encontraban transformados en perros y deambulaban en círculo alrededor de la tumba, permaneciendo uno de ellos de centinela a la entrada del cementerio y observando además que la jauría se encontraba liderada por un perro de color blanco, un poco más grande que los demas.

Después de insultarlos con una buena gama de escogida dialéctica, los perros se volvieron contra él para atacarlo. Don Luis al ver se que se encontraba en peligro, saca rapidamente de entre sus vestimentas elrevólver para poder defenderse y procediendo a gatillar en reiteradas oportunidades, sin que logre salir ningún proyectil de su arma, sin embargo fue suficiente para que los brujos, quienes se encontraban transmutados en perros huyeran del lugar.

Al amanecer quiso regresar nuevamente al cementerio, pero sus familiares se lo impidieron. Días después supo que el finado no se encontraba en su ataúd, encontrando en la sepultura, solamente una manta de castilla con la cual había sido cubierto.

De los perros jamás se supo, tampoco del cadáver.

En recuerdo a mi hermano Carlos Oyarzún Cárdenas, quien fuera un incansable investigador de las historias de su pueblo.

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